Prólogo
En el océano de Internet, Ociojoven debe ser lo equivalente a una isla, a una en la que pronto me sentí como en casa. Por ella se asoman muchos viajeros de paso, y también recalan algunos parroquianos fijos. A unos y a otros los voy frecuentando, de un modo privilegiado, desde mi cargo de tabernero de la sección de literatura —a donde me destinaron cuando lo de la pata de palo—. Y gracias a ello, en una época de calma chicha, conocí a Nachob.
Creo que aquello de que la comunidad la hacemos entre todos no adquirió su sentido pleno hasta que el compañero desembarcó con todo su entusiasmo. “Se le oía cantar” era uno de esos textos que no llegan nunca a la página. Secreto oculto tras las bambalinas, tenía todas las papeletas para ser desestimado por las numerosas erratas que traía de equipaje, aunque no era ésta la rareza, sino que la historia, a pesar de ello, me cautivó de tal manera que me tomé la relativa molestia de ir corrigiéndolo mientras lo leía. Agotado por el esfuerzo, y estremecido por la historia, reconozco que sentí cierta envidia cuando los comentarios positivos empezaron a sucederse. Me daban ganas de gritar “¡Hey, que era una chapuza hasta que lo corregí!”, pero en el fondo sabía que era falso, y que era normal que la historia sedujese al resto tanto como me había seducido a mí. El punto crítico llegó cuando el autor —un desconocido al que yo suponía argentino, quién sabe por qué demonios, porque somos paisanos—, me pidió que colgara un final alternativo. Como me ha ocurrido a lo largo de toda mi vida, siempre he juzgado mal en las primeras impresiones a los que luego se han convertido en grandes amigos, y en este caso me alegra haber seguido el ejemplo de Job y haber colgado ese nuevo final en lugar de enviar al nuevo triunfador a escaparriar.
Cuento esta anécdota no sólo para mostrar cuán abnegada es mi tarea en Ociojoven, sino para intentar explicar qué ha supuesto Nachob para nuestra comunidad de aficionados a la literatura. El-ojo-que-todo-lo-quiere-ver no sólo se llevó los mejores comentarios por sus historias, cosa que él no podía suponer inusual, hasta el punto de conseguirse enemigos jurados en las sombras que empleaban su tiempo en bajarle subrepticiamente las puntuaciones de los relatos, que ya es dedicación, sino que consiguió que sus obras fueran elegidas “relato del mes” cinco meses consecutivos, medio año que sólo fue desbancado por el ganador absoluto del III Certamen de Relato Joven. Además, no sólo se dedicó a ponernos las pilas publicando buenos relatos en la página, que ya hubiera sido un buen revulsivo, sino que estuvo allí, y todavía está, comentando todo lo que se publica, participando en el taller, transmitiendo su entusiasmo y arrancando sonrisas todos los días a los que tenemos el privilegio de cruzarnos con él. Creando comunidad, como decía.
Seguramente es por ello que este año de palabras que aquí nos presenta no es sólo su año literario, sino un poco el de todos los que compartimos con él este tiempo en Ociojoven. En él se incluyen los doce textos, uno por cada mes, que se marcó escribir como meta, y, muy a su estilo, también los textos adicionales que le fueron saliendo a lo largo del año, y que son auténticas novelas cortas, y los microrrelatos de los retos, esos desafíos a vuelapluma del taller de literatura. A alguno podría parecerle una locura incluirlo todo, pero yo creo que ha sido la mejor elección que podía hacer: por un lado, la calidad de los textos es innegable, y, por otro, la radiografía de su año literario no estaría completa si faltase a su auténtico espíritu.
Yo creía que tendría que hablar en el prólogo del Nachob autor, pero eso se ve por sí solo en el libro. Su característica más clara es que es un escritor a pecho descubierto, y la primera prueba es que aquí lo tenéis todo, sin trampa ni cartón. Sin miedo a subir al estrado. Este valor no se limita a la capacidad de escuchar al lector crítico, sino que también le permite ponerse en cuestióny reelaborar los textos hasta el agotamiento; porque ése es Nachob el escritor: uno que te escribe la misma historia quince veces, y que es capaz de reinventarla en un bucle infinito aunque estén invadiendo la Tierra. Este arrojo tampoco se queda en el plano formal, pues es quizás en el contenido de los textos donde más se muestra el verdadero creador. Desde luego, nadie podrá cuestionarle que se haya mojado. Sus personajes, humanos, nada maniqueos, no temen tampoco en decir bien claro que hay cosas buenas y cosas malas, y seguramente por ello, el público acaba rindiéndose. ¿Cómo no hacerlo cuando la historia engancha, sorprende, entretiene y no se asusta cuando hay que decir blanco o negro? Supongo que todo se resume en una cosa muy sencilla: Nachob, aun más que escritor, es un narrador, y uno de los pocos que te hace leerte quince páginas en pantalla sin generarte íntimos malos sentimientos.
Seguramente una burda simplificación de la realidad, siempre me he dicho que una obra merece la pena si consigue hacerte reír o hacerte llorar. No soy un lector excesivamente empático, y empachado de textos como estoy, cada vez lo soy menos, pero con los relatos que aquí encontraréis me emocioné en ambos sentidos más de una vez. Desde el primero hasta el último. Es algo que, por crudo que resulte decirlo, no conseguirá el 90% de los bestsellers con los que esta obra no compartirá estantería en ninguna librería.
Son cosas que hacen recuperar la fe en la literatura, que hacen pensar que existen otros modos, quizá los más viejos, de abordarla. Y, sobre todo, es algo que ha hecho que este año de palabras de Nachob haya sido uno de los mejores que yo haya pasado en mi islote de Ociojoven. Espero que los siguientes continúen esta intempestiva tradición con la que el compañero hizo desaparecer la calma chicha. Esperemos, demonios, que vengan muchos años de galerna. Mantendremos, con ilusión, la cocina bien repleta en la taberna.
Akhul, el viejo patapalo, al que en algún puerto llamaron Juan Ángel Laguna Edroso.
1 comentarios:
Tras leer este prologo y el texto del que se habla, creo entender perfectamente como se sintió Akhul.
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